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La esclavitud de los viejos hábitos y mandatos del negocio de la peluquería

 

Carmen una joven peluquera de 55 años, desde hace  casi una década rompió con el estereotipo de la peluquería clásica y aburrida como ella lo describe, una peluquería que te roba tiempo y que las nuevas tecnologías permiten una mejor organización del tiempo  que es más valioso que el mismísimo dinero.

 

Rompí las cadenas de la esclavitud al negocio dice Carmen con una sonrisa, cuando le pregunto ¿Por qué? Y ¿Cómo lo hizo? Comienza con una descripción coherente con un convencimiento de un pasaje de la Biblia.

 

Paso a describirte dice Carmen:

  • Para que tener un local, tuve uno con empleados y fue el peor momento de mi actividad, hoy organice un espacio en mi casa con las mismas o mejores comodidades que tenía en el salón
  • Rompí el esquema de cumplir horarios, atiendo por la tarde y con turnos previos, por la mañana estudio lo que siempre soñé que es Psicología.
  • Rompí el miedo a cobrar, hoy mis clientes conocen mis precios y saben que antes de su atención deben pagar el 50% del valor con la aplicación que esté de moda, la tecnología ayudo a este proceso, nadie llega tarde o falta a su cita.
  • Deje las redes sociales por completo (Un like jamás me dio de comer) , mis clientes son locales y me encuentro con los potenciales en la panadería, fábrica de pasta y el en el súper Chino todos los días, a la vieja usanza les entrego una tarjeta personal que tiene  solo una palabra escrita
  • No tengo que esperar al vendedor de productos, hago las compras por internet (siempre hay promociones), me llega en tiempo y forma y no le debo nada a
  • No realizo ningún trabajo técnico de moda que lleva horas de atención, productos varios y un conocimiento muy preciso, esas clientas se lo dejo a mis colegas que según ellos son Los Master de colorimetría, yo atiendo a las Doña Rosas de la vida que son más prácticas y clásicas de lo que quieren.

 

Estoy segura que mis ingresos son menores a varios de mis colegas que tienen estructuras, empleados, impuestos ellos, pero también estoy seguro que tengo más felicidad que varios de ellos por hacer lo que me gusta y como me gusta.

 

Me di cuenta que la peluquería CAMBIO y que el gran mandato de que somos rehenes de los clientes, el tiempo, la moda, en algunas oportunidades no es así, solo uno debe entender que la belleza no tiene tiempos, días y menos exigencias de marcas.

 

Soy una peluquera de Barrio feliz donde jamás pude convertirme en una empresaria.

Rodolfo Urrea